El 15 de diciembre
1812, Bolívar firmó la “Memoria Dirigida a la Nueva Granada”,
conocida como el Manifiesto de Cartagena, donde analiza las causas de la
pérdida de la
Primera República.
Este documento político va a ser el eje de la acción
bolivariana, a lo largo de su vida política.
Expone también sus ideas con respecto a la forma y
naturaleza del Gobierno que convenía a los países Hispanoamericanos, la
necesidad de la ayuda militar de la Nueva Granada y las condiciones favorables para
iniciar la Campaña
de 1813.
Bolívar denuncia lo peligroso de que los legisladores se
hayan preocupado más por tomar modelos políticos foráneos que por promover la
unificación de la República,
lo que contribuye a su disolución.
MANIFIESTO
DE CARTAGENA
Libertar
a la Nueva Granada
de la suerte de Venezuela, y redimir a ésta de la que padece, son los objetos
que me he propuesto en esta Memoria. Dignaos, oh, mis conciudadanos, de
aceptarla con indulgencia en obsequio de miras tan laudables. Yo soy,
granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio
de sus ruinas físicas, y políticas, que siempre fiel al sistema liberal, y
justo que proclamó mi patria, he venido a seguir aquí los estandartes de la
independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos estados.
Permitidme
que animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros, para
indicaros ligeramente las causas que condujeron a Venezuela a su destrucción;
lisonjeándome que las terribles, y ejemplares lecciones que ha dado aquella
extinguida República, persuadan a la
América, a mejorar de conducta, corrigiendo los vicios de
unidad, solidez y energía que se notan en sus gobiernos.
El
más consecuente error que cometió Venezuela, al presentarse en el teatro político
fue, sin contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tolerante;
sistema improbado como débil e ineficaz, desde entonces, por todo el mundo
sensato, y tenazmente sostenido hasta los últimos periodos, con una ceguedad
sin ejemplo.
Las
primeras pruebas que dio nuestro Gobierno de su insensata debilidad, las
manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su
legitimidad, lo declaró insurgente y lo hostilizó como enemigo.
La
Junta Suprema, en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad, que
estaba rendida con presentar nuestras fuerzas marítimas delante de su puerto,
la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable, que logró subyugar
después la Confederación
entera, con casi igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente
para vencerla. Fundando la Junta
su política en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a
ningún gobierno, para hacer por la fuerza libres a los pueblos estúpidos que
desconocen el valor de sus derechos.
Los
códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles
la ciencia práctica del gobierno, sino los que han formado ciertos buenos
visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la
perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por
manera que tuvimos filósofos por jefes; filantropía por legislación, dialéctica
por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y
de cosas, el orden social se resintió extremadamente conmovido, y desde luego
corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien
pronto se vio realizada.
De
aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por
los descontentos, y particularmente por nuestros natos e implacables enemigos,
los españoles europeos, que maliciosamente se habían quedado en nuestro país
para tenerlo incesantemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les
permitían formar nuestros jueces perdonándolos siempre, aun cuando sus
atentados eran tan enormes que se dirigían contra la salud pública.
La
doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas
de algunos escritores que defienden la no residencia de facultad en nadie, para
privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido éste en el
delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración
sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a
perdonar, porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia.
¡Clemencia criminal que contribuyó más que nada a derribar la máquina que
todavía no habíamos enteramente concluido!
De
aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas y
capaces de presentarse en el campo de batalla, ya instruidas, a defender la
libertad con suceso y gloria. Por el contrario, se establecieron innumerables
cuerpos de milicias indisciplinadas, que además de agotar las cajas del erario
nacional con los sueldos de la plana mayor, destruyeron la agricultura,
alejando a los paisanos de sus hogares, e hicieron odioso el gobierno que
obligaba a éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias.
"Las
repúblicas -decían nuestros estadistas- no han menester de hombres pagados para
mantener su libertad. Todos los ciudadanos serán soldados cuando nos ataque el
enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Génova, Suiza, Holanda, y recientemente el
Norte de América vencieron a su contrarios sin auxilio de tropas mercenarias,
siempre prontas a sostener al despotismo y a subyugar a sus
conciudadanos".
Con
estos antipolíticos e inexactos raciocinios, fascinaban a los simples, pero no
convencían a los prudentes, que conocían bien la inmensa diferencia que hay
entre los pueblos, los tiempos, y las costumbres de aquellas repúblicas y las
nuestras. Ellas, es verdad que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque
en la antigüedad no los había y sólo confiaban la salvación y la gloria de los
Estados en sus virtudes políticas, costumbres severas y carácter militar,
cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las
modernas que han sacudido el yugo de sus tiranos es notorio que han mantenido
el competente número de veteranos que exige su seguridad; exceptuando el Norte
de América, que estando en paz con todo el mundo y guarnecido por el mar, no ha
tenido por conveniente sostener en estos últimos años el completo de tropas
veteranas que necesita para la defensa de sus fronteras y plazas.
El
resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo, pues los
milicianos que salieron al encuentro del enemigo, ignorando hasta el manejo del
arma, y no estando habituados a la disciplina y obediencia, fueron arrollados
al comenzar la última campaña, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos
que hicieron sus jefes, por llevarlos a la victoria. Lo que causó un desaliento
general en soldados y oficiales; porque es una verdad militar que sólo
ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos
sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo perdido, desde que es
derrotado una vez; porque la experiencia no le ha probado que el valor, la
habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.
La
subdivisión de la provincia de Caracas, proyectada discutida y sancionada por
el Congreso federal, despertó y fomentó una enconada rivalidad en las ciudades
y lugares subalternos, contra la capital: "La cual -decían los
congresantes ambiciosos de dominar en sus distritos- era la tiranía de las
ciudades y la sanguijuela del Estado". De este modo se encendió el fuego
de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró apagar con la reducción de
aquella ciudad; pues conservándolo encubierto, lo comunicó a las otras
limítrofes a Coro y Maracaibo; y éstas entablando comunicaciones con aquéllas,
facilitaron, por este medio, la entrada de los españoles que trajo la caída de
Venezuela.
La
disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y perjudiciales, y
particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces,
magistrados, legisladores provinciales y federales, dio un golpe mortal a la República, porque la
obligó a recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin
otra garantía que la fuerza y las rentas imaginarias de la Confederación. Esta
nueva moneda pareció a los ojos de los más, una violación manifiesta del
derecho de propiedad, porque se conceptuaban despojados de objetos de
intrínseco valor, en cambio de otros cuyo precio era incierto y aun ideal. El
papel moneda remató el descontento de los estólidos pueblos internos, que
llamaron al comandante de las tropas españolas, para que viniese a librarlos de
una moneda que veían con más horror que la servidumbre.
Pero
lo que debilitó más el Gobierno de Venezuela, fue la forma federal que adoptó,
siguiendo las máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo
para que se rija por sí mismo rompe los pactos sociales, y constituye a las
naciones en anarquía. Tal era el verdadero estado de la Confederación. Cada
provincia se gobernaba independientemente; y, a ejemplo de éstas, cada ciudad
pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquellas y la teoría de
que todos los hombres, y todos los pueblos, gozan de la prerrogativa de
instituir a su antojo, el gobierno que les acomode.
El
sistema federal bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la
felicidad humana en sociedad es, no obstante, el más opuesto a los intereses de
nuestros nacientes Estados. Generalmente hablando, todavía nuestros
conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por sí mismos y ampliamente
sus derechos; porque carecen de las virtudes políticas que caracterizan al
verdadero republicano: virtudes que no se adquieren en los gobiernos absolutos,
en donde se desconocen los derechos y los deberes del ciudadano.
Por
otra parte ¿qué país del mundo por morigerado y republicano que sea, podrá, en
medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un
gobierno tan complicado y débil como el federal? No, no es posible conservarlo
en el tumulto de los combates y de los partidos. Es preciso que el gobierno se
identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos
y de los hombres que lo rodean. Si éstos son prósperos y serenos, él debe ser
dulce y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, él debe mostrarse
terrible, y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes ni
constituciones, ínterin no se restablecen la felicidad y la paz.
Caracas
tuvo mucho que padecer por defecto de la Confederación que
lejos de socorrerla le agotó sus caudales y pertrechos; y cuando vino el
peligro la abandonó a su suerte, sin auxiliarla con el menor contingente.
Además le aumentó sus embarazos habiéndose empeñado una competencia entre el
poder federal y el provincial, que dio lugar a que los enemigos llegasen al
corazón del Estado, antes que se resolviese la cuestión de si deberían salir
las tropas federales o provinciales a rechazarlos, cuando ya tenían ocupada una
gran porción de la provincia. Esta fatal contestación produjo una demora que
fue terrible para nuestras armas. Pues las derrotaron en San Carlos sin que les
llegasen los refuerzos que esperaban para vencer.
Yo
soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los
enemigos obtendrán las más completas ventajas; seremos indefectiblemente
envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados
vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas.
Las
elecciones populares hechas por los rústicos del campo, y por los intrigantes
moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la Federación entre
nosotros; porque los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones
maquinalmente, y los otros tan ambiciosos que todo lo convierten en facción;
por lo que jamás se vio en Venezuela una votación libre y acertada; lo que
ponía el gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya
inmorales. El espíritu de partido decidía en todo y, por consiguiente, nos
desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división y no
las armas españolas, nos tornó a la esclavitud.
EL
terremoto de 26 de marzo trastornó ciertamente, tanto lo físico como lo normal;
y puede llamarse propiamente la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas
este mismo suceso habría tenido lugar, sin producir tan mortales efectos, si
Caracas se hubiera gobernado entonces por una sola autoridad, que obrando con
rapidez y vigor hubiese puesto remedio a los daños sin trabas, ni competencias que
retardando el efecto de las providencias, dejaban tomar al mal un incremento
tan grande que lo hizo incurable.
Si
Caracas, en lugar de una Confederación lánguida e insubsistente, hubiese
establecido un gobierno sencillo, cual lo requería su situación política y
militar, tú existieras ¡oh Venezuela! y gozaras hoy de tu libertad.
La
influencia eclesiástica tuvo después del terremoto, una parte muy considerable
en la sublevación de los lugares y ciudades subalternas: y en la introducción
de los enemigos en el país; abusando sacrílegamente de la santidad de su
ministerio en favor de los promotores de la guerra civil. Sin embargo, debemos
confesar ingenuamente, que estos traidores sacerdotes, se animaban a cometer
los execrables crímenes de que justamente se les acusa porque la impunidad de
los delitos era absoluta; la cual hallaba en el Congreso un escandaloso abrigo;
llegando a tal punto esta injusticia que de la insurrección de la ciudad de
Valencia, que costó su pacificación cerca de mil hombres, no se dio a la
vindicta de las leyes un solo rebelde; quedando todos con vida y, los más, con
sus bienes.
De
lo referido se deduce, que entre las causas que han producido la caída de
Venezuela, debe colocarse en primer lugar la naturaleza de su Constitución; que
repito, era tan contraria a sus intereses, como favorable a los de sus
contrarios. En segundo, el espíritu de misantropía que se apoderó de nuestros
gobernantes. Tercero, la oposición al establecimiento de un cuerpo militar que
salvase la República
y repeliese los choques que le daban los españoles. Cuarto, el terremoto
acompañado del fanatismo que logró sacar de este fenómeno los más importantes
resultados; y últimamente, las facciones internas que en realidad fueron el
mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro.
Estos
ejemplos de errores e infortunios, no serán enteramente inútiles para los
pueblos de la América
meridional, que aspiran a la libertad e independencia.
La
Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela, por consiguiente debe
evitar los escollos que han destrozado a aquella. A este efecto presento como
una medida indispensable para la seguridad de la Nueva Granada, la
reconquista de Caracas. A primera vista parecerá este proyecto inconducente,
costoso y quizás impracticable; pero examinando atentamente con ojos
previsivos, y una meditación profunda, es imposible desconocer su necesidad,
como dejar de ponerlo en ejecución probada la utilidad.
Lo
primero que se presenta en apoyo de esta operación, es el origen de la
destrucción de Caracas, que no fue otro que el desprecio con que miró aquella
ciudad la existencia de un enemigo que parecía pequeño, y no lo era
considerándolo en su verdadera luz.
Coro,
ciertamente, no habría podido nunca entrar en competencias con Caracas, si la
comparamos, en sus fuerzas intrínsecas, con ésta; mas como en el orden de las
vicisitudes humanas no es siempre la mayoría física la que decide, sino que es
la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política,
no debió el Gobierno de Venezuela, por esta razón, haber descuidado la
extirpación de un enemigo que, aunque aparentemente débil, tenía por auxiliares
a la provincia de Maracaibo; a todas las que obedecen a la Regencia; el oro, y la
cooperación de nuestros eternos contrarios los europeos que viven con nosotros;
el partido clerical, siempre adicto a su apoyo y compañero, el despotismo, y,
sobre todo, la opinión inveterada de cuantos ignorantes y supersticiosos
contienen los límites de nuestros estados. Así fue que apenas hubo un oficial
traidor que llamase al enemigo, cuando se desconcertó la máquina política, sin
que los inauditos y patrióticos esfuerzos que hicieron los defensores de
Caracas, lograsen impedir la caída de un edificio ya desplomado, por el golpe
que recibió de un solo hombre.
Aplicando
el ejemplo de Venezuela a la
Nueva Granada; y formando una proporción hallaremos que Coro
es a Caracas, como Caracas es a la
América entera; consiguientemente, el peligro que amenaza
este país está en razón de la anterior progresión; porque poseyendo España el
territorio de Venezuela, podrá con facilidad sacarle hombres y municiones de
boca y guerra, para que bajo la dirección de jefes experimentados contra los
grandes maestros de la guerra, los franceses, penetren desde las provincias de
Barinas y Maracaibo hasta los últimos confines de la América meridional.
España
tiene en el día gran número de oficiales generales ambiciosos y audaces;
acostumbrados a los peligros y a las privaciones que anhelan por venir aquí a
buscar un imperio que reemplace el que acaban de perder.
Es
muy probable, que al expirar la
Península, haya una prodigiosa emigración de hombres de todas
clases; y particularmente de cardenales arzobispos, obispos, canónigos y
clérigos revolucionarios capaces de subvertir, no sólo nuestros tiernos y
lánguidos estados, sino de envolver el Nuevo Mundo entero en una espantosa
anarquía. La influencia religiosa, el imperio de la dominación civil y militar,
y cuantos prestigios pueden obrar sobre el espíritu humano, serán otros tantos
instrumentos de que se valdrán para someter estas regiones.
Nada
se opondrá a la emigración de España. Es verosímil que Inglaterra proteja la
evasión de un partido que disminuye en parte las fuerzas de Bonaparte en
España; y trae consigo el aumento y permanencia del suyo en América. La Francia no podrá impedirlo
tampoco Norte América; y nosotros menos aún, pues careciendo todos de una
marina respetable, nuestras tentativas serán vanas.
Estos
tránsfugas hallarán, ciertamente, una favorable acogida en los puertos de
Venezuela, como que vienen a reforzar a los opresores de aquel país; y los
habilitan de medios para emprender la conquista de los Estados independientes.
Levantarán
quince o veinte mil hombres que disciplinarán prontamente con sus jefes, oficiales,
sargentos, cabos y soldados veteranos. A este ejército seguirá otro todavía más
temible, de ministros, embajadores, consejeros, magistrados, toda la jerarquía
eclesiástica y los grandes de España, cuya profesión es el dolo y la intriga,
condecorados con ostentosos títulos, muy adecuados para deslumbrar a la
multitud, que derramándose como un torrente, lo inundarán todo arrancando la
semillas, y hasta las raíces del árbol de la libertad de Colombia. Las tropas
combatirán en el campo; y éstos, desde sus gabinetes, nos harán la guerra por
los resortes de la seducción y del fanatismo.
Así
pues, no nos queda otro recurso para precavernos de estas calamidades, que el
de pacificar rápidamente nuestras provincias sublevadas, para llevar después
nuestras armas contra las enemigas; y formar, de este modo, soldados y
oficiales dignos de llamarse las columnas de la patria.
Todo
conspira a hacernos adoptar esta medida; sin hacer mención de la necesidad
urgente que tenemos de cerrarle las puertas al enemigo, hay otras razones tan
poderosas para determinarnos a la ofensiva, que sería una falta militar y
política inexcusable dejar de hacerla. Nosotros nos hallamos invadidos y, por
consiguiente, forzados a rechazar al enemigo más allá de la frontera. Además,
es un principio del arte que toda guerra defensiva es perjudicial y ruinosa
para el que la sostiene; pues lo debilita sin esperanza de indemnizarlo; y que
las hostilidades en el territorio enemigo, siempre son provechosas, por el bien
que resulta del mal del contrario; así, no debemos, por ningún motivo, emplear
la defensiva.
Debemos
considerar también el estado actual del enemigo, que se halla en una posición
muy crítica, habiéndoseles desertado la mayor parte de sus soldados criollos; y
teniendo al mismo tiempo que guarnecer las patrióticas ciudades de Caracas,
Puerto Cabello, La Guaira,
Barcelona, Cumaná y Margarita, en donde existen sus depósitos; sin que se
atrevan a desamparar estas plazas por temor de una insurrección general en el
acto de separarse de ellas. De modo que no sería imposible que llegasen
nuestras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla
campal.
Es
una cosa positiva, que en cuanto nos presentemos en Venezuela, se nos agregan
millares de valerosos patriotas, que suspiran por vernos aparecer, para sacudir
el yugo de sus tiranos, y unir sus esfuerzos a los nuestros en defensa de la
libertad.
La
naturaleza de la presente campaña nos proporciona la ventaja de aproximarnos a
Maracaibo, por Santa Marta, y a Barinas por Cúcuta.
Aprovechemos,
pues, instantes tan propicios; no sea que los refuerzos que incesantemente
deben llegar de España, cambien absolutamente el aspecto de los negocios, y
perdamos, quizás para siempre, la dichosa oportunidad de asegurar la suerte de
estos estados.
El
honor de la Nueva
Granada exige imperiosamente escarmentar a esos osados
invasores, persiguiéndolos hasta los últimos atrincheramientos, como su gloria
depende de tomar a su cargo la empresa de marchar a Venezuela, a libertar la
cuna de la independencia colombiana, sus mártires, y aquel benemérito pueblo
caraqueño, cuyos clamores sólo se dirigen a sus amados compatriotas los
granadinos, que ellos aguardan con una mortal impaciencia, como a sus
redentores. Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las
mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros; no burléis su confianza;
no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar
al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos.
Simón
Bolívar
Cartagena
de Indias, diciembre 15 de 1812.
Eso lo escribió Bolívar en una época cuando la mayoría de la gente leía más
ResponderEliminarcreeme nadie va aleer eso
ResponderEliminarY lo que se vivía en ese entonces en Venezuela se vive hoy en día y eso mismo les diría Simón Bolívar en estos tiempos.
ResponderEliminar