Nació el 11 de diciembre de 1928 en Valencia,
estado Carabobo. Considerado como el mejor animador de la televisión
venezolana.
Su verdadero nombre era
Reinaldo José Ottolina Pinto.
Renny Ottolina fue el
primer productor independiente que tuvo nuestro país.
Su eruducción, aunada a
su gran carisma, espontaneidad y creatividad, lo convirtieron en la voz más
cotizada y con mayor credibilidad de la
TV venezolana.
Se inició en la
radiodifusión en 1945 en Radio Caracas Radio; luego trabajó para Radio
Continente y Radiodifusora Venezuela.
Trabajó en Bolívar
Films, donde escribió y narró noticiarios y documentales.
En 1954, se convirtió
en uno de los pioneros de la televisión venezolana en Televisa, primera
estación de televisión comercial del país.
Al año siguiente
ingresó en Radio Caracas Televisión (RCTV), donde animó un programa diario.
En la década de los
años sesenta, Renny inicia el popular programa vespertino llamado “El Show de
Renny”, en el cual además de mostrarnos sus cualidades como animador y
entrevistador, promocionaba productos.
A mediados de los años
70, Renny salió al aire con otro espacio llamado “Renny presenta…, el cual se
convirtió en muy poco tiempo en el programa más prestigioso de los domingos.
Falleció el 16 de marzo
de 1978, al estrellarse la avioneta en la que viajaba a la Isla de Margarita en el marco
de la campaña electoral para optar por la Presidencia de la República por el partido
MIN (Movimiento de Integridad Nacional).
RENNY OTTOLINA: JUICIO A LA TELEVISIÓN VENEZOLANA
FRASES IMPORTANTES
Fuente: Revista Resumen, Nº 346, 22 de
junio de 1980
- “La televisión venezolana, hoy por hoy, no aporta lo que debiera a la cultura nacional. Es más, su influencia es, quizás, negativa”.
- “Encuentro la televisión venezolana culpable de ignorar la dignidad de los habitantes de nuestro país.”
- “Patrocinantes, agencias y estaciones de televisión no vacilan en producir los programas y las cuñas comerciales más vulgares, chabacanos y asombrosamente denigrantes para lograr el más alto rating posible. Su razonamiento, aunque equivocado, es por demás sencillo: ‘Hay que llegar al grueso del público’. O lo que es lo mismo, también en el lenguaje de nuestra industria, a las clases socioeconómicas C, D, E traducido al lenguaje de todos los días a las grandes masas, que son siempre los más pobres”.
- “[…] telenovelas donde las hijas se disputan el marido de la madre, la madres no saben quiénes son sus hijos o donde los hijos no saben quiénes son sus padres.”
- “[…] un hombre, impulsado por la necesidad o la ignorancia, no vacila en exponerse al ridículo a costa de su dignidad, a cambio de unos pocos bolívares.”
- “[…] programar espectáculos filmados cuya base son el terror y la violencia, en horas cuando la televisión venezolana estaba absolutamente segura que habría más niños encendiendo televisores […]”.
- “[…] las cuñas comerciales en su gran mayoría, acostumbran a los televidentes venezolanos a gritar, a hablar mal nuestro idioma, y a comprar algunos productos por la razón primordial de que son estímulos del sexo […]”.
- “[…] El ser humano tiene una tendencia natural hacia lo mejor. La televisión venezolana no estimula esta tendencia, si por el contrario, hace todo lo posible para desvirtuarla. El hecho de que una persona no haya recibido la educación a la cual tiene derecho, el hecho de que una persona no tenga la capacidad adquisitiva que ojalá tuviera, no hace de ella una persona vulgar, chabacana e indigna. Solo la hace desgraciadamente, pobre e ignorante. Pero la calidad humana sigue estando allí […]”.
- “La televisión venezolana está cometiendo el grave pecado de subestimar al público venezolano con el agravante de que, haciendo gala de una inconsciencia inconcebible, lo está haciendo a conciencia.”
- “No se puede ni se debe pagar el rating a costa de la dignidad del venezolano”
- “Es hora de que la competencia entre estaciones cese en su lucha por demostrar quién puede ser el más vulgar de todos. Es hora que la competencia sea para ver quién puede lograr el mayor respeto, el mayor aprecio y el mayor cariño de la comunidad venezolana. Los patrocinantes no deben pagar programas donde haya situaciones que vayan en contra de la dignidad familiar ni aquellos que puedan deformar la percepción que los niños deban tener de la vida. Las agencias de publicidad tienen la obligación de no recomendarlos las estaciones de televisión tienen el deber de no producirlas.”
- “Hacer hoy todo lo posible por mejorar intelectualmente a la gran masa venezolana, es el mejor seguro de supervivencia con el cual los industriales de hoy pueden contar en un mañana muy cercano, es absurdo, que en vista de lo anterior, no sepan aprovechar mejor la magnífica oportunidad que la televisión ofrece para este propósito.”
- “[…] la televisión venezolana se irá hundiendo cada día más, en su mar de irresponsable vulgaridad con la única consecuencia de provocar la intervención del Estado. Y tendrá que intervenir el estado atendiendo el clamor de los hombres y mujeres responsables del país, que cada día hacen sentir más fuerte su voz de justa protesta.”
RENNY OTTOLINA: JUICIO A LA TELEVISIÓN VENEZOLANA
VERSIÓN COMPLETA
Fuente: Revista Resumen, Nº 346, 22 de
junio de 1980
La revista Semana
me ha solicitado que enjuicie la televisión venezolana. No es un
pedido fácil eso de «enjuiciar». Enjuiciar es un verbo comprometedor pero las
situaciones comprometidas son, la mayoría de las veces, las más interesantes.
Al enjuiciar a la televisión venezolana lo hago como un espectador más. Siendo
un medio de comunicación masiva y, como tal, sujeta al juicio público,
quienquiera que vea televisión tiene derecho a enjuiciarla. En este derecho
común a todo baso la autoridad de mi juicio. Que esa autoridad cuenta con los
recursos que me da el ser un profesional de la televisión es otra cosa. Pero quiero
dejar claro que, más que como Renny Ottolina, en este análisis me sitúo como un
venezolano más que tiene televisor en su casa, que tiene esposa e hijos y tanto
él como su familia ven televisión.
La televisión venezolana, hoy por hoy, no aporta lo
que debiera a la cultura nacional. Es más, su influencia es, quizás, negativa.
Para tener un punto de partida me veo obligado a comenzar por el final, que en
caso de un juicio es el veredicto. Encuentro la televisión venezolana culpable
de ignorar la dignidad de los habitantes de nuestro país. Paralelamente la
encuentro culpable de desidia en su programación y de pecar de ligereza en
cuanto a la responsabilidad que implica su inmenso poder. Responsables por
igual de esta situación: los patrocinantes, las agencias de publicidad y las
estaciones de televisión. Conocido el veredicto y los culpables estudiemos las
razones determinantes, y veamos cómo un principio razonable puede ser
distorsionado por una miopía de la industria, hasta el punto de convertirse en
causa del mal causado.
El anunciante, a través del medio de comunicación
masiva, busca un máximo de personas a quienes hacer llegar su mensaje
comercial. Las agencias de publicidad recomiendan los medios que consideren
apropiados para lograr este propósito, bien sea prensa, radio o televisión. En
este último caso el factor determinante es la audiencia promedio que pueda
tener un programa. En nuestra industria esto se conoce como rating. Patrocinantes y agencias
quieren, pues, programas de alto rating
que las estaciones de televisión deben producir. Mientras más personas vean un
programa, tanto mejor, porque a más personas llega el mensaje comercial. Hasta
aquí el planteamiento es bueno. El principio es razonable. Pero es aquí donde
surge la miopía que distorsiona la responsabilidad paralela que da a la
televisión su tremenda influencia dentro de la vida familiar. Patrocinantes,
agencias y estaciones parecen olvidar que además del derecho y necesidad de
anunciar productos, está el deber de saberlo hacer. Es en esto en lo que yo
creo que la televisión venezolana está equivocada desde hace muchos años y en
lo que va, cada vez más, de mal en peor. Patrocinantes, agencias y estaciones
de televisión no vacilan en producir los programas y las cuñas comerciales más
vulgares, chabacanos y asombrosamente denigrantes para lograr el más alto
rating posible. Su razonamiento aunque equivocado, es por demás sencillo: «Hay
que llegar al grueso del público». O lo que es lo mismo, también en el lenguaje
de nuestra industria, a las clases socioeconómicas C, D, E traducido al
lenguaje de todos los días a las grandes masas, que son siempre los más pobres,
pero que son básicas para el consumo de productos de fabricación masiva. «Hay
que llegar al grueso del publico»... la televisión venezolana suelta entonces
sus andanadas diarias de telenovelas donde las hijas se disputan el marido de
la madre, la madres no saben quiénes son sus hijos o donde los hijos no saben
quiénes son sus padres. Gracias a este concepto de la televisión surge el programa
donde un hombre, impulsado por la necesidad o la ignorancia, no vacila en
exponerse al ridículo a costa de su dignidad, a cambio de unos pocos bolívares.
Hasta hace muy poco la televisión venezolana, no satisfecha con su esforzada
labor hacia el descenso de los más elementales valores de la dignidad humana,
consideró más que necesario, imprescindible, programar espectáculos filmados
cuya base son el terror y la violencia, en horas cuando la televisión
venezolana estaba absolutamente segura que habría más niños encendiendo
televisores y, por lo tanto, aumentando el rating. Pero si todo lo anterior
fuese poco, las cuñas comerciales en su gran mayoría, acostumbran a los
televidentes venezolanos a gritar, a hablar mal nuestro idioma, y a comprar
algunos productos por la razón primordial de que son estímulos del sexo. Todo
eso pagado muy a conciencia por las agencias publicitarias respectivas y
programado muy a conciencia por las estaciones televisoras respectivas.
A mi entender, al pensar que las clases económico-sociales
menos avanzadas sean, por su escasa o ninguna educación, básicamente estúpidas
y vulgares es un gravísimo error. El ser humano tiene una tendencia natural
hacia lo mejor. La televisión venezolana no estimula esta tendencia, si por el
contrario, hace todo lo posible para desvirtuarla. El hecho de que una persona
no haya recibido la educación a la cual tiene derecho, el hecho de que una
persona no tenga la capacidad adquisitiva que ojalá tuviera, no hace de ella
una persona vulgar, chabacana e indigna. Solo la hace desgraciadamente, pobre e
ignorante. Pero la calidad humana sigue estando allí, al alcance de quien
quiera estimularla. Con contadísimas excepciones, patrocinantes, agencias y
estaciones ignoran este hecho. La televisión venezolana está cometiendo el
grave pecado de subestimar al público venezolano con el agravante de que,
haciendo gala de una inconsciencia inconcebible, lo está haciendo a conciencia.
Una persona ignorante frente a una persona con
conocimiento es, en cierta forma, como un niño. Ese «grueso del público» famoso
es el niño. Me llena de tristeza ver que se engañe a un niño, porque lo que la
televisión venezolana está diciendo a su pueblo no es toda la verdad de la
vida: la vida no es solamente gritería, la vida no es que sea normal el que
nazcan niños de padres desconocidos. La vida tiene valores que son los que la
televisión venezolana no está enseñando al niño. No se puede ni se debe pagar
el rating a costa de la dignidad del
venezolano y lo que patrocinantes, agencias y estaciones no han llegado a
preguntarse todavía es si no venderían más los productos anunciados o por lo
menos en igual cantidad, destacando valores positivos en lugar de exaltar los
aspectos negativos de la vida. Y no es tan complicado. Ni siquiera es difícil.
La televisión tiene una influencia en el hogar
mucho mayor que la de cualquier otro medio de comunicación masiva. Su fuerza es
terrible. Esa fuerza implica una mayor responsabilidad. Quien no sabe asumir
esta responsabilidad no está a la altura de la fuerza de la cual dispone. Es
hora de que la televisión venezolana esté a la altura de su fuerza. Es hora de
que la competencia entre estaciones cese en su lucha por demostrar quién puede
ser el más vulgar de todos. Es hora que la competencia sea para ver quién puede
lograr el mayor respeto, el mayor aprecio y el mayor cariño de la comunidad
venezolana. Los patrocinantes no deben pagar programas donde haya situaciones
que vayan en contra de la dignidad familiar ni aquellos que puedan deformar la
percepción que los niños deban tener de la vida. Las agencias de publicidad
tienen la obligación de no recomendarlos las estaciones de televisión tienen el
deber de no producirlas.
Tremenda fuerza de este medio y los 75.000.000 Bs
que anualmente se invierten en televisión, el 20% es comisión de las agencias
publicitarias, implica un mínimo de deber para elevar el nivel de las clases
socioeconómicas más bajas. De ninguna manera da el derecho de denigrarlos más
aún. Yo estoy convencido de que se puede tener éxito con la televisión,
trabajando dentro de un mínimo de dignidad. Pensando con sinceridad que hay
principios elementales que es necesario respetar. Actuando con el
convencimiento de que es mucho lo que se gana cuando lo que se da es también
mucho. Y no deja de ser descorazonador el recordar que hace 12 ó 14 años, en
sus comienzos, la televisión venezolana tenía una calidad de altura
excepcional.
Es, además, económicamente aconsejable hacer los
máximos esfuerzos por elevar los niveles de ese «grueso del publico» a quien
hoy por hoy se le dan gritos y situaciones equívocas por la televisión. Es del
propio y básico interés de los patrocinantes de hoy en día el que la población
venezolana tenga un nivel de educación más alto lo antes posible, por cuanto
mayores sean los conocimientos de esas masas mayor será su poder adquisitivo. Hacer
hoy todo lo posible por mejorar intelectualmente a la gran masa venezolana, es
el mejor seguro de supervivencia con el cual los industriales de hoy pueden
contar en un mañana muy cercano, es absurdo, que en vista de lo anterior, no
sepan aprovechar mejor la magnífica oportunidad que la televisión ofrece para
este propósito. Quienes pagan a la televisión deben hacerse un examen de
conciencia y preguntarse en qué lugar queda su responsabilidad para con el
país. Las estaciones de televisión deben estar en capacidad de ofrecer
programas que puedan ser comprados por esos patrocinantes que se han hecho ese
examen de conciencia. Y las agencias de publicidad no deben vacilar en
recomendar, además de la cosa cuantitativa, el valor cualitativo. De no ser así
yo predigo que la televisión venezolana se irá hundiendo cada día más, en su
mar de irresponsable vulgaridad con la única consecuencia de provocar la
intervención del Estado. Y tendrá que intervenir el estado atendiendo el clamor
de los hombres y mujeres responsables del país, que cada día hacen sentir más
fuerte su voz de justa protesta.
Cuando estemos en manos del Estado habremos perdido
la libertad de competencia, la libertad de escogencia entre canales, y con toda
probabilidad habremos perdido la libertad de expresión; como es lógico pensar
por cuanto ningún gobierno en su sano juicio va a permitir que se use un medio
por él directamente controlado para que se le hagan críticas que podrían ser
acerbas si así lo ameritase la situación de tal gobierno. ¿De quien será
entonces la culpa? La respuesta es una sola: de quienes hoy en día pagan y
administran la industria de la televisión venezolana.
Soy solo un venezolano más que tiene televisor en
su casa y que con su familia ve televisión. Como tal creo hacerme eco del
hombre pobre que quiere dejar de serlo si tan solo le dieran la oportunidad de
saber un poco más de lo que sabe, y del hombre pudiente que tiene en sus manos
la decisión final de este problema.
Ambos, estoy seguro coincidirán en pensar que
nuestra televisión debe seguir el camino correcto para construir el algo, de lo
mucho que puede al mejoramiento de la comunidad venezolana. No es mucho pedir.
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